El miedo: coronavirus, miseria, proceso constituyente e insurrección revolucionaria. Por: Adolfo Paúl Latorre. Abogado. ViñaDelMar. Chile

Estimados amigos:

Roberto Méndez, en una columna publicada en La Tercera de hoy 22 de mayo, bajo el título “El miedo”, dice:
Son tantas las amenazas que se nos ciernen, que no es fácil discriminar cuál es a la que debemos prestar mayor atención. ¿Es la prioridad el maléfico virus? ¿O es la miseria que la batalla contra la pandemia está generando? Lo aterrador, creo, es que podría no ser ni la una ni la otra. Veamos.
Escuché esta semana a las alcaldesas Evelyn Matthei y Carolina Leitao, mujeres fuertes y luminosas, relatando sus miedos respecto al futuro. En parte se refirieron a sus comunas, pero más que nada al país. Ambas relataron, agobiadas, la durísima coyuntura que enfrentan. Sin embargo, su mayor temor no es el coronavirus, que cobrará muchas vidas, pero pasará, como han pasado las epidemias desde hace siglos. Tampoco es la inminente debacle económica, que finalmente también se recuperará, como ha ocurrido siempre con las crisis de este tipo. Su mayor temor, concordaron, es ese grupo social inmanejable, que se está marginando, saliéndose de la sociedad y de las normas de vida en común, en general jóvenes que no trabajan, no estudian, sin sueños, sin proyecto, excepto la disrupción, destrucción y odio contra un sistema en el cual, así lo creen, no tienen cabida. Algunos, sin nada que perder, optando por el oscuro mundo de la droga y la delincuencia.
Son los que hicieron estallar el país en octubre, azuzados por políticos irresponsables que ven en el caos una oportunidad para imponer proyectos que han fracasado por medios democráticos”.
Después de decir que el gobierno tiene un plan respecto a la pandemia y a la economía, Méndez continúa: “Pero para este sector de la sociedad que se excluye, listo para destruir y quemar, para neutralizar a los irresponsables que los incitan, para eso no hay plan: ni bueno ni malo, simplemente nada. Ahí radica lo que, en acuerdo con las alcaldesas, debiera ser nuestra principal tarea pendiente, la fuente de nuestro verdadero miedo”.

Al leer la precitada columna, vinieron a mi mente algunos escritos del eminente pensador católico Plinio Corrêa de Oliveira los que, estimando que podrían ser de vuestro interés, quisiera compartir con ustedes; a los que agrego algunos de mi autoría relacionados con el tema, a saber:

A. De Plinio Corrêa de Oliveira:
—Trasbordo ideológico inadvertido.
—Revolución y Contra-revolución.
—El caos, la nueva y peligrosa estrategia revolucionaria.

B. De mi autoría:
—Presentación del libro de Gonzalo Rojas Sánchez “Chile en épocas de crisis”.
—Presentación del libro de Gonzalo Ibáñez Santa María “Camino a septiembre”.
—“Los militares: ¿tienen derechos humanos?”. Contiene un anexo titulado: “Derechos humanos: un arma estratégica del comunismo”.
—Insurrección revolucionaria y respuesta con fuerza proporcionada.
—Carta al Director “Militares prisioneros”.

En relación con la revolución, a continuación copio un párrafo del libro de Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución (p.152) en el que se refiere al partido Comunista:

<<Odio, lucha de clases, Revolución

Esencialmente, el movimiento comunista es y se considera una revolución nacida del odio de clases. La violencia es el método más coherente con ella. Es el método directo y fulminante, del cual los mentores del comunismo esperaban, con el mínimo de riesgos, el máximo de resultados, en el mínimo de tiempo. El presupuesto de este método es la capacidad de liderazgo de los varios Partidos Comunistas, por medio de la cual les era dado crear descontentos, transformar estos descontentos en odios, articular estos odios en una inmensa conjuración y llevar así a cabo, con la fuerza “atómica” del ímpetu de esos odios, la demolición del orden actual y la implantación del comunismo>>.

Sobre el partido Demócrata Cristiano y su relación con el partido Comunista, en el prefacio del libro Frei, el Kerensky chileno Plinio Corrêa expresó:
La Democracia Cristiana es por todas partes más o menos la misma. Sus bases son sanas pero políticamente ingenuas. Sus cúpulas son ambiguas. Constituidas habitualmente por elementos que van de un centrismo conservador hasta un izquierdismo extremado, la influencia dominante en ellas jamás es de los derechistas o centristas, sino de los izquierdistas. Estos últimos acaban por arrastrar siempre más hacia la izquierda las cúpulas democristianas, y con las cúpulas también las bases. De este modo, aún blasonándose tales cúpulas de anticomunistas, la mayor parte de sus miembros nada omiten entretanto para tornar más y más conforme con las tendencias o hasta con las doctrinas comunistas todo aquello en lo que ponen sus manos. Pregoneros de la concordia a todo precio, deducen de ahí la conveniencia de un entendimiento cordial y hasta una genuina cooperación con el marxismo”.

A mi juicio, el gran problema que históricamente ha afectado a ese Partido es la pugna entre dos posiciones antagónicas que coexisten en su seno: una inspirada en la doctrina socialcristiana y otra que pretende construir una sociedad socialista. Esta última es la que normalmente ha prevalecido, razón por la que la democracia cristiana va o ha ido en un mismo carro con socialistas y comunistas.

Al respecto, cabría citar las declaraciones de Radomiro Tomic, quien manifestó: “ser democratacristiano hoy como ayer, significa pertenecer a un partido que siempre ha sido de izquierda, porque nació siendo partidario del cambio de las viejas estructuras institucionales minoritarias y de la substitución del agotado orden capitalista y neocapitalista, y así sigue siéndolo”.

Finalizaré este ya extenso mail con algunas reflexiones a modo de conclusión.

A las referidas amenazas, cabría agregar la del proceso constituyente en curso —el que aparte de innecesario adolece de un vicio de nulidad, que ha sido debidamente fundamentado por los abogados Sergio García Valdés y Jorge Reyes Zapata en un manifiesto publicado en El Mercurio de Santiago el 15 de abril—; proceso que obedece al engaño populista y a la demagogia de una izquierda refundacional que trata de encaminar a Chile hacia la instauración de un orden político utópico, animado por ideas trasnochadas, totalitarias y estrepitosamente fracasadas cuando se las ha tratado de implantar en la realidad. Este proceso, en caso de no cancelarse, acarreará la polarización, la división artificial de los chilenos —en circunstancias que la unidad nacional es esencial— y una enorme incertidumbre durante dos años, lo que paralizará las inversiones y congelará los proyectos, afectando severamente al crecimiento y a los niveles de empleo y de bienestar de la población; lo que sería un caldo de cultivo que aprovecharían aquellos mismos que están impulsando la subversión y la insurrección revolucionaria. Al respecto, cabría citar lo dicho hace poco por el senador Jaime Quintana: “El gobierno tiene que escuchar. De lo contrario, generará condiciones para un reestallido social”. Como ha dicho Sergio Muñoz Riveros: “Se trata de una advertencia oblicua: no propiciamos la violencia, pero si no nos hacen caso, vendrán los violentos”.

Si se estimare necesario cambiar la Carta Fundamental actualmente vigente, lo razonable sería que el Congreso no renunciara a su facultad o potestad de «poder constituyente derivado” y elaborara un nuevo texto constitucional, para lo cual podría asesorarse por un grupo de una decena de constitucionalistas prestigiosos, de diferentes sensibilidades políticas; texto que debería ser sometido a un plebiscito para su aprobación por parte de los ciudadanos, que sabrían a qué atenerse. El proceso constituyente en curso que está viciado por haber surgido en una situación de una grave convulsión social y de violencia terrorista —proceso que fue impuesto por una minoría con una movilización violenta como elemento de chantaje; “por las malas” según las palabras de Fernando Atria— y que en caso de ganar el “apruebo” partiría de una “hoja en blanco”, sería un «salto al vacío sin paracaídas»; sin tener claro lo que viene después.

Si las autoridades que tienen el mandato constitucional de resguardar el orden público no cumplen con esa función esencial y no combaten la violencia delictual y el terrorismo con todos los medios disponibles —políticos, económicos y materiales, incluido por cierto el uso de la violencia física legítima del Estado—, dicho orden y la economía podrían colapsar y con ello, como en el pasado, el orden institucional de la República y la democracia.

Es un precepto fundamental de la política saber prever lo peor y tener la capacidad para impedir que ocurra.

Cordiales saludos.

Adolfo Paúl Latorre

REMISIÓN:
De: Adolfo Paúl Latorre adolfopaulabogado
Date: vie., 22 de may. de 2020 a la(s) 19:12
Subject: El miedo: coronavirus, miseria, proceso constituyente e insurrección revolucionaria

Plinio Corrêa de Oliveira

Trasbordo ideológico inadvertido

y DIALOGO

Madrid, 1971

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Revolución y Contra-Revolución. Plinio Correa de Oliveira.pdf

Presentación libro Gonzalo Rojas. Final con notas. 3 Dic.2015 Castillo Wulff.pdf

-CVD Los militares ¿tienen DD.HH._ 29 Ago. 2019 Hotel O’Higgins. FINAL con anexo.pdf

-Presentación libro Gonzalo Ibáñez. Camino a Septiembre 5 Dic 2019 (con notas).pdf
MILITARES PRISIONEROS (17 abril 2020) PUBLICADA.pdf

Club de los Viernes. Insurrección revolucionaria y respuesta con fuerza proporcionada.pdf