DESPERTANDO EL ALMA MAR. 31. REFLEXIÓN DEL DÍA. APRENDER A PERDER

DESPERTANDO EL ALMA

MAR. 31. REFLEXIÓN DEL DÍA.

APRENDER A PERDER

Carlos miraba desde la grada los últimos minutos del partido de su hija. A sus dieciséis años, acababa de fichar por un equipo juvenil de fútbol que esa tarde estaba ganando por uno a cero.

Cuando el árbitro pitó el final del partido, las jugadoras fueron a abrazar a sus rivales.

Orgulloso con el debut de su hija, aunque el único gol lo hubiera marcado el equipo contrario en propia puerta, Carlos la esperó frente a los vestuarios para volver con ella a casa. Sin embargo, al salir, ya duchada y cambiada, le dijo:

— Llegaré a casa en una hora, papá. Tenemos una merienda con el equipo.

— Claro, supongo que quieres celebrar la victoria con tus compañeras.

— Voy con ellas, sí, pero también con las rivales. De hecho, las invitamos a merendar.

— ¿Cómo es eso? – preguntó sorprendido.

— Es una regla de Joan, nuestro entrenador. Los que ganan invitan a merendar a los que pierden.

— Entiendo… Se trata de consolarlos en la derrota. Una voz cascada sorprendió a Carlos, que al girarse descubrió a un anciano.

— Al contrario, de lo que se trata es de aprender de los que pierden, por eso mis chicas pagarán la merienda. Por cierto, ¿Tiene usted prisa? Acostumbro a subir ese monte después de los partidos en nuestro campo, y me gusta ir acompañado.

Carlos resopló, agobiado, a la vez que valoraba la pequeña montaña justo al lado del estadio. No tendría más de doscientos metros de altura, así que se podía subir y bajar en una hora. Para no ser descortés, aceptó la invitación y los dos se encaminaron en silencio por el sendero.

Cuando ya habían cubierto la mayor parte de la cuesta, Joan explicó:

— Una vez al mes pido a las chicas que suban y bajen esta montaña. Es parte de su formación vital.

— Igual que invitar a las perdedoras, ¿No? – dijo Carlos, que no entendía qué sentido tenía subir y bajar un monte, más allá del ejercicio físico.

— De hecho se trata de lo mismo. La montaña es una metáfora de la vida y nos enseña a ganar y a perder. Durante la primera mitad de la vida, subimos la montaña y vamos ganando cosas por el camino. Acumulamos conocimientos, posesiones, éxitos… Somos jóvenes y enérgicos, y cuando llegamos a la cima miramos el mundo desde arriba y gritamos: «¡He llegado aquí arriba! ¡He conseguido esto y lo otro!»

Aquel grito coincidió, efectivamente, con su llegada a lo más alto del monte, desde donde se apreciaba el estadio a vista de pájaro. En aquel momento, el jardinero regaba el campo.

La voz del anciano sacó a Carlos de aquella calma tras el esfuerzo con una pregunta indiscreta:

— ¿Qué edad tiene usted?

— Cincuenta y cuatro. Tuve a mi hija de mayor.

— Eso es fantástico… Entonces ya ha empezado a bajar la montaña, como haremos nosotros ahora –dijo invitándole a iniciar el descenso–. ¿Está preparado para perder?

— ¿A qué se refiere exactamente? – preguntó Carlos, algo irritado.

— A no ser que vaya a vivir ciento veinte años, probablemente usted ya ha llegado a la cima y ha mostrado al mundo sus logros. ¿Está satisfecho?

— Supongo que sí – dijo mientras bajaban por un camino distinto. – He conseguido trabajar en lo que me gusta y en mi sector soy respetado. Tengo mi casa pagada y mi hija ya vuela sola. En un par de años irá a la universidad y le veré poco el pelo, porque quiere estudiar fuera.

Asegurando cada paso, el anciano respondió:

— En esta fase tendrá que aprender usted a perder, y no solo a su hija.

— ¿Se ha propuesto deprimirme, Joan?

— ¡No! Solo que disfrute de cada etapa. ¿O es que la subida a una montaña es más bella que la bajada?

Carlos no contestó.

— Cuando descendemos la montaña de la vida – siguió el entrenador, – no solo vemos partir a nuestros padres mientras nuestros hijos empiezan a emanciparse. Por el camino vamos dejando amistades, gente con la que teníamos mucho en común y que ha elegido otras rutas…

— Pero duele despedirse de aquello que amamos.

— Por supuesto que duele, pero el dolor prueba que estamos vivos y en constante evolución. En la bajada de la montaña despedimos a personas, nuestro cuerpo no funciona como antes… Aunque ganamos otras cosas a cambio.

— ¿Qué cosas?

— Mayor comprensión de la vida. En la subida acumulamos cosas y en la bajada vamos soltando peso para andar más ligeros. Si hemos aprendido las lecciones del camino, cada vez necesitaremos menos y disfrutaremos de cada instante.

Al despedirse, el entrenador puso la mano en el hombro de Carlos y le dijo:

Es cierto que nadie nos enseña a perder en la vida… Pero para nuestra felicidad es tan importante como saber ganar.

LO SIENTO, POR FAVOR PERDÓNAME, TE AMO, GRACIAS.

SOMOS AMADOS Y APRECIADOS MUCHÍSIMO Y PARA SIEMPRE

NO TENEMOS NADA QUE TEMER

NO HAY NADA MALO QUE PODAMOS HACER MAL

YO SOY HIJO DE DIOS Y POR LO TANTO HEREDERO DE TODAS LAS RIQUEZAS DEL UNIVERSO

Arsenio González (El Negro e’ Macha)

Cumaná, Venezuela, 31-03-2024.

(X) @aragonzal