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PETRO, EL INIGUALABLE -quien se desplaza en limosinas blindadas con chofer y escoltas armados, como quien dice, un humilde ciudadano- Por: Luis Marín #Opinión

PETRO, EL INIGUALABLE

Hay que ser muy temerario para presentarse en el centro de Bogotá y otras ciudades a proclamar a cielo abierto que la colombiana es la sociedad más desigual del mundo, agregando que “el principal problema que tenemos es la desigualdad social”, no sólo porque sean falsedades, a las cuales ciertos políticos están acostumbrados, sino que con ello se arroja el debate político a un terreno pantanoso del que no puede salir nada limpio.

En Venezuela se dice que la nuestra es la sociedad más igualitaria del mundo, el problema es que hay unos que son más iguales que otros. Con esto se apunta a una de las paradojas de los igualitaristas que predican que debemos ser iguales pero no dicen a quién ni en qué debemos ser iguales.

Por cierto no podemos ser iguales a Gustavo Petro que aspira a la Presidencia de Colombia, ya ha sido Senador del Congreso Nacional, Alcalde de Bogotá, Concejal de Zipaquirá, agregado diplomático en Bélgica, Economista, con especialidades en Administración Pública y en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional de la Universidad de Lovaina, Bélgica, maestría en Economía de la Universidad Javeriana y Administración de Empresas en la Universidad de Salamanca, España; quien se desplaza en limosinas blindadas con chofer y escoltas armados, como quien dice, un humilde ciudadano.

Otra paradoja de los igualitaristas que, por alguna razón extraordinaria, no perciben lo desiguales que son ellos respecto de las demás personas a quienes incitan a odiar las desigualdades: ¿Quién es igual a Castro, Ortega, Evo, Bachelet, Chávez? La lista se puede hacer interminable.

Cuándo se trata de investigar algo acerca de los índices de desigualdad, qué es lo que miden y cómo lo miden, se encuentra que el más difundido es el Coeficiente de Gini, que utilizan innumerables instituciones en todo el mundo que tratan de tomarse en serio el tema de la desigualdad y darle un tratamiento si se quiere “científico”.

El índice oscila entre cero y uno, el primero asignado a la sociedad de perfecta igualdad y el otro a la perfecta desigualdad, originalmente aplicado a los ingresos, hoy en día se usa para cualquier valor susceptible de ser distribuido. Visto así, la sociedad que cae dentro del concepto hipotético de perfecta desigualdad es Cuba, “donde una persona tiene todos los bienes y los demás ninguno”.

Petro siempre enfatiza que la sociedad colombiana es la más desigualitaria “socialmente” de toda la humanidad, dice que en ninguna parte la “distancia entre los que más tienen y los que menos tienen es tan abrupta, tan abismal, tan bárbara como la que existe en Colombia”, de allí la convierte en la causa de todos los males: “violencia, corrupción, narcotráfico son intentos ilegales de salir de la desigualdad”. Es difícil concentrar en una sola frase tantas falsedades.

Veamos, no parece preocuparle la desigualdad política, jurídica, de información o conocimiento, sino la desigualdad “social” que es un término más vago, difuso, que puede incluir educación, salud, vivienda, alimentación, vestido y hasta el prestigio social, respeto y reconocimiento, de manera que es un imponderable.

La específica igualdad de ingresos fue derrotada el primer día de la revolución bolchevique por los mismos camaradas que constataron que era imposible que obreros veteranos tuvieran el mismo salario que los aprendices que ponían a su cargo para que los entrenaran.

Los generales del ejército rojo no conciben recibir la misma paga y rancho que los reclutas rasos y así sucesivamente en toda la burocracia soviética, no por una cuestión de orgullo o privilegio, sino porque es terriblemente injusto: en ninguna parte el que sabe, hace, tiene más cargas y responsabilidades puede recibir lo mismo que el que menos.

Otra paradoja de los igualitaristas es que usan y abusan de términos incontrovertibles, es decir, nadie puede encaramarse en una tarima, como Petro, y proclamar: “Yo estoy de acuerdo con la desigualdad”, aunque ésta sea un hecho incuestionable, imposible de erradicar y que incluso sea indeseable hacerlo. Así no puede haber un debate sincero.

Exactamente lo que ocurre con el discurso por “la Paz” de Santos y los comunistas en general porque, francamente, ¿quién puede estar en contra de la paz? Por eso se criticó tanto su pregunta: ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?

¿Quién, en su sano juicio, podría estar en desacuerdo? Sin embargo los colombianos fueron lo suficientemente perspicaces para advertir la manipulación y mayoritariamente votaron que NO al “acuerdo final”, que era el gallo tapado bajo la cobija de “la Paz”.

Aunque al final Santos y las FARC se saltaran olímpicamente el resultado del plebiscito e hicieran lo que querían mediante dudosos acuerdos parlamentarios y maniobras judiciales, con lo que se demostró que “el acuerdo final” ni terminó el conflicto ni construyó una paz estable y duradera como tanto advirtieron sus críticos.

Otra vez los administradores de la violencia insurgente, los que siguen la línea del odio de clases, vuelven al chantaje de que o les dejan conseguir sus fines revolucionarios de manera pacífica, mediante elecciones, o no van a tener otro remedio que echarse al monte, del que en realidad nunca han salido, para conquistar el poder por la fuerza.

Esa es la disyuntiva planteada por Petro, de que si no lo eligen a él sería volver a la guerra. Lo dice por sí, por Timochenko y compañía, porque una constelación de facciones de las FARC y otros grupos armados nunca han abandonado las hostilidades.

¿Cómo puede Petro hacer compatible su discurso igualitario con la ideología de género? Una postura cuyo centro de gravedad es la exaltación de la diversidad, el reconocimiento del que es “diferente”. Luego, ¿somos iguales, diferentes o somos igualmente diferentes?

Esto parece un juego de palabras, pero es un problema serio, de consistencia del discurso, que Petro ni consortes tienen la menor intención de aclarar, al contrario, graba sobre mármol pulido: “Garantizaré la igualdad de género”. ¿Qué es eso? Un perfecto galimatías.

En verdad no hay partidarios de la desigualdad ni de la guerra porque ambos fenómenos simplemente existen, están ahí acompañando a la humanidad a lo largo de toda su historia y aceptarlo es un acto más de sentido común que de realismo.

¿Cuándo y dónde no hubo guerras y desigualdad? La cuestión de evitarlas o aliviarlas es una aspiración, un desiderátum, al que se puede legítimamente aspirar; pero paz e igualdad no pueden presentarse en una oferta electoral por irrealizables, ni poner en el debate porque son incontrovertibles.

Es inaceptable la deliberada mentira de Petro y consortes al predicar que la desigualdad es la causa de la violencia y la guerra; si así fuera, las guerras mundiales hubieran estallado en África y no en Europa, el conflicto armado sería en Haití no en Colombia.

La cruda verdad es que la violencia y la guerra son una decisión política del Partido Comunista, el M-19 y otros, que siguen la estrategia de la “lucha armada” ideada y aplicada por Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba, que luego han tratado de imponerle al resto de América Latina e incluso a los EEUU, a través de Puerto Rico.

La agenda real de cuestiones a resolver incluye pobreza, ignorancia, delincuencia; no la desigualdad, que seguiría existiendo aún en el supuesto de que aquellas se redujeran a la insignificancia: los pobres como los ricos, cualquiera sea el criterio de división, son tan desiguales entre sí que una sociedad hipotética de puros pobres o ricos seguiría siendo desigual, porque no puede ser de otro modo.

Por último, los criterios primarios de diferenciación de las personas como la inteligencia, fuerza, carácter, belleza, simpatía -la lista puede ser infinita- seguirían siendo relevantes; como conducta, rendimiento, eficacia, eficiencia, dedicación, honestidad, por lo que recompensas y castigos no pueden dejar de ser desiguales, so pena de ser injustos.

La única igualdad consistente es la igualdad formal, ante la Ley, que se traduce en que la Ley es la misma para todos; pero la que es igual es la Ley, no las personas.

Luis Marín
lumarinre@gmail.com
10-06-18

IMAGEN SUPERIOR: Por cortesía de Colombia Reports

No perdamos el tiempo. Por: Fernando Ochoa Antich @FOchoaAntich

No perdamos el tiempo

Fernando Ochoa Antich.

Acción Democrática, Primero Justicia, Voluntad Popular y Causa Radical decidieron no presentar candidatos en las elecciones municipales convocadas por el Consejo Nacional Electoral a realizarse en diciembre de este año. Parece ser que dicha decisión, ya anunciada unilateralmente por Voluntad Popular, fue tomada en una reunión entre los más destacados dirigentes de dichas toldas políticas. Soy de los que creen que es necesario ponerle fin a la polémica surgida entre aquellos sectores políticos que se abstendrán y los que participarán en dichas elecciones. Cada uno ha expuesto sus razones. Julio Borges, en el programa de Vladimir Villegas, planteó, con detalle, los motivos que tienen quienes propugnan la abstención y los objetivos que buscan: eliminar los atropellos a los votantes y hacer cumplir cabalmente las normas electorales vigentes. Los sectores decididos a votar han mantenido públicamente que es un grave error ceder sin luchar espacios políticos al régimen dictatorial, “razón por la cual presentaremos candidatos únicamente en aquellos sitios que debemos preservar para respaldar a nuestros alcaldes electos y en aquellos que los vecinos han decidido competir para recuperarlos”. Varios de los alcaldes en ejercicio han decidido lanzarse a la contienda electoral, contrariando la decisión de su partido político, con el respaldo de los vecinos en su respectivo municipio.

Pareciera ser, aunque no hay anuncio oficial, que la Mesa de la Unidad Democrática ha sido disuelta como consecuencia del resultado de las elecciones de gobernadores y a las divergentes posiciones mantenidas por sus integrantes sobre la participación en las próximas elecciones municipales. Dividir a la MUD era, sin lugar a dudas, el objetivo más importante de la estrategia política de Nicolás Maduro y su corrupta camarilla. Dolorosamente, lo han logrado plenamente. Esta lamentable realidad política debe ser superada a la brevedad posible. Es imposible derrotar al madurismo en la elección presidencial sin recuperar y fortalecer la unidad opositora. Ese esfuerzo no se consolidará si no se da por concluida la inconveniente polémica surgida entre abstencionistas y votantes y se superan totalmente las confrontaciones estériles entre los partidarios de cada una de las posiciones y los posibles resquemores que se han presentado entre nuestros principales dirigentes políticos y sociales. En lugar de perder el tiempo en esas pequeñeces, se debería utilizar la madurez y la experiencia acumulada en tantos años de lucha de nuestro liderazgo para fortalecer un gran acuerdo político que le permita a la oposición democrática superar exitosamente el reto de la elección presidencial. Todos los indicios me permiten concluir que esa elección será convocada, obviando nuevamente los lapsos legales, durante los primeros meses del próximo año.

La posibilidad de esta arbitraria decisión del régimen obliga a iniciar, a la brevedad posible, las negociaciones necesarias entre los distintos actores políticos para escoger nuestro próximo candidato presidencial. Esa escogencia es de una inmensa trascendencia. Los posibles aspirantes deben entender que la selección de uno de ellos disiparía, definitivamente, la mayor debilidad que tiene la oposición democrática: la ausencia de una sola dirección política que permita unificar el sentimiento opositor en las grandes mayorías nacionales. La opinión pública, y creo que también los principales líderes de los partidos políticos, tienen claro que la escogencia del candidato presidencial debe hacerse a través de elecciones primarias. Promover y organizar, inmediatamente después de las elecciones municipales, una consulta popular para escoger nuestro candidato presidencial de igual importancia que el evento electoral realizado por la Mesa de la Unidad Democrática, el pasado 16 de julio, tendría un impacto de opinión de tal importancia que revitalizaría la unidad de la oposición y su capacidad de lucha. Al resolverse el siempre difícil problema de la escogencia del candidato presidencial, la oposición democrática estaría en capacidad de responder unitariamente a la maniobra impuesta por Nicolás Maduro de adelantar las elecciones presidenciales o a cualquier otra acción de la dictadura madurista.

Nuestro candidato presidencial tendría que asumir de inmediato dos retos fundamentales: romper la desesperanza que ha venido surgiendo en los venezolanos como consecuencia de la dolorosa realidad que enfrenta diariamente en medio de tantas penurias, inspirando un nuevo espíritu de lucha en la oposición democrática que reactive la movilización popular ante la certeza de que el gran cambio político que significaría la derrota de la dictadura madurista, se reflejaría, casi de inmediato, en una profunda e inmediata recuperación económica al facilitar obtener un importante apoyo financiero de los organismos multilaterales para poder superar la actual tragedia nacional; y estimular un movimiento internacional que amplíe y fortalezca aún más los respaldos que hemos recibido de los Estados Unidos, del Canadá, de la Unión Europea y de la América Latina con el objeto de presionar política, diplomática y económicamente a Nicolás Maduro y a su gobierno para lograr que las elecciones presidenciales se desarrollen en condiciones realmente equitativas que permitan superar los inmensos desequilibrios políticos y electorales que impiden a los venezolanos expresar libremente su voluntad democrática y espíritu libertario. Unidad y fe en el triunfo. Adelante.

Caracas, 5 de noviembre de 2017.

fochoaantich

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